miércoles, 8 de diciembre de 2010

«María es la más gorda, pásalo»

Puede ser una simple frase, quizá escrita sin malicia o con ganas de hacer daño. Puede ser un niño que hace objeto de sus burlas a un compañero de clase o predispone a los demás contra él. Puede que la frase haya sido pronunciada una sola vez o quizás varias. Puede que el mensaje haya sido lanzado a través de internet o por teléfono móvil. Lo que es seguro es que la víctima padecerá los efectos de la agresión 24 horas los 7 días de la semana. Y que el dolor que provoca en el niño o adolescente que lo sufre tiene consecuencias imprevisibles.
El ciberacoso o ciberbullying en las aulas del País Vasco es un problema que aún no está muy extendido en los centros escolares pero que poco a poco va en aumento. Es un fenómeno sigiloso amparado en el anonimato que puede provocar efectos devastadores en sus víctimas y que el Departamento de Educación del Gobierno Vasco pretende atajar antes de que sea imparable.
La consejería de Isabel Celaá ha elaborado un protocolo de actuación escolar con el que pretende que colegios, alumnos y familias tengan herramientas para hacer frente al ciberacoso tanto desde el punto de vista de las víctimas como de los agresores. El documento, que aún no es definitivo, contiene numerosos consejos para detectar y solucionar el problema. Están dirigidos en primera instancia a educadores, pero son perfectamente aplicables a los padres. Algunos de ellos son los siguientes.
Cuando hay sospechas. El Departamento de Educación recuerda en su protocolo que «cualquier miembro de la comunidad educativa (profesorado, alumnado, familias y personal no docente) que tenga sospechas, considere la existencia de indicios razonables o tenga conocimiento expreso de una situación de ciberbullying tiene la obligación de comunicarlo» a la dirección del colegio.
En los casos de menores que pueden estar en situación de riesgo de ser victimizados, el documento recomienda decirles «que siempre se estará dispuesto a escucharle porque es un problema de todos y no suyo», explicarles que «las cosas no están pasando por su culpa» y potenciar su seguridad personal.
En el caso del presunto agresor, algunos consejos son «comunicarle que estas situaciones no pueden seguir pasando», «hacerle saber la importancia de pedir disculpas y reparar el daño» y «hablar sobre sus amigos y sobre cómo ocupan el tiempo».
Detectar el ciberacoso. Una cosa es tener sospechas y otra detectar los casos de ciberacoso, algo que a menudo es muy difícil porque una de sus características es la ley del silencio. El protocolo incluye una lista de indicadores que permiten detectar factores de riesgo tanto para ser agredido como para ser agresor.
Entre otras, son actitudes de riesgo para convertirse en víctima dar la contraseña de correo electrónico o de algún programa de internet a algún amigo, dar o colgar datos personales en internet, ser o haber sido víctima de acoso tradicional en la escuela, haber intercambiado fotos o vídeos personales con otras personas que ha conocido a través de internet, mostrar cambios de humor repentinos, tener tendencia al aislamiento o poseer baja autoestima.
Comportamientos de riesgo para convertirse en agresor son, entre otros, haberse hecho pasar por otra persona en el móvil o en internet, mostrar o pasar fotos o vídeos que considera graciosos aunque sean humillantes o desagradables, haber intimidado o acosado a alguno de sus compañeros en la escuela, justificar otras acciones de ciberacoso o faltar el respeto a los profesores o los padres.
Cómo actuar. Si a pesar de todo el ciberbullying se ha producido, el centro educativo deberá tomar medidas orientadas a conseguir el cese del acoso, la protección de la víctima, la reparación del daño y la adopción de medidas educativas correctoras con los agresores.
Uno de los trabajos de los profesores será hacer frente a la ley del silencio que pueda existir entre los compañeros de los protagonistas de la agresión. Lo primero que tendrán que hacer es explicar la diferencia entre dos actitudes cuya confusión ha sido causa durante décadas de demasiadas miserias en las aulas. «Hay que diferenciar la conducta de 'chivar' de la de 'denunciar' el sufrimiento de un compañero», indica el protocolo. Para ello, los docentes deberán promover entre sus alumnos la comunicación a sus padres y a sus tutores de cualquier caso de acoso que conozca.
Pruebas. Cuando se detecta una situación de ciberacoso es conveniente reunir todas las pruebas que sea posible obtener para conocer mejor el problema e investigar lo ocurrido. Puede ocurrir que el acoso sea tan grave que haya que adoptar medidas legales. «Si consideramos que estamos ante un asunto lo suficientemente grave como para incoar la vía judicial y policial directamente, entonces es recomendable pedir la intervención de un notario, que dé fe de lo que hemos archivado digitalmente en un acta notarial, con o sin perito forense de por medio», señala el protocolo.
Respuesta legal. Si se llega al extremo de que el caso acaba en los tribunales, la responsabilidad en los supuestos de ciberacoso se atribuye directamente, y por este orden, a los menores de edad autores del acoso, a los padres, tutores, o guardadores legales o de hecho del menor autor, como son el centro escolar o el centro de convivencia donde se relacionen los menores implicados.
Adultos e instituciones se harán cargo de las cuantías indemnizatorias que quepa imponer a los autores del acoso y habrán de asumir además las sanciones administrativas disciplinarias que, en su caso, pudieran corresponderles.

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